martes, 11 de febrero de 2014

Deatherine

Aquella mujer me dejó realmente trastocado. Era demasiado extraña y bella como para pertenecer a este mundo. Eso fue lo que pensé cuando la vi por primera vez. Su piel era demasiado pálida, sus ojos demasiado oscuros, su cabello demasiado negro, sus labios demasiado morados y su mirada demasiado fría y apagada. Aun así se me antojaba terriblemente perfecta. Más que andar parecía deslizarse, como un gato, pisando tan suavemente que nada tenía que envidiar a la más experta de las bailarinas. Sin embargo, nunca hablaba, y tampoco demostraba tener intenciones de hacerlo. La gente la ignoraba, y ella daba la sensación de estar agradecida por pasar desaparecida entre el ruidoso gentío. Creo que nadie notaba que estaba ahí y, si no fuera porque se movía, más de uno hubiera pensado que estaba muerta. De hecho, antes de cruzar con ella unas únicas pocas palabras, yo pensaba, al verla, que estaba muerta en vida. Por eso no me extrañó, en parte, enterarme de su verdadera naturaleza.

“¿Quién eres?” llegué a preguntarle cuando auné las suficientes fuerzas como para hablarle.

Ella sólo me miró a los ojos, provocándome unos intensos escalofríos, y yo sentí el impulso de retroceder. Pero antes de que lo hiciera, ella abrió la boca, y me hizo conocer su voz por vez primera. Una voz hermosa, aterciopelada y, a la vez, aterradora.

Nunca olvidaré aquellas palabras…

“Soy la dama de la muerte”.

Lo dijo sin inmutarse siquiera, sin que su voz temblara, sin elegir las palabras cuidadosamente. Lo dijo como si fuera natural para ella. Y fue por eso que la creí. Y entonces pensé que no podía estar más asustado que en ese momento, pero que deseaba saber por encima de todo la verdad.

“¿Cuál es tu verdadero nombre?”, pregunté de nuevo. Ella no respondió esta vez. Se limitó a sonreír levemente, un pequeño curvamiento de sus mortecinos labios que apenas pude percibir. Se giró grácilmente y comenzó a alejarse de mí. Por cada paso que daba, el pensamiento de que no podía dejarla ir sin obtener respuestas fue aumentando, y me dispuse a ir tras ella. Pero sentí como algo invisible me impedía avanzar,y ella se alejaba cada vez más y más. Estuve a punto de gritarle que se detuviera, pero no hizo falta. Ella detuvo su andar y se giró de nuevo hacia mí, sonriendo esta vez ampliamente.

“Deatherine. Mi nombre es Deatherine”, dijo.

Y reemprendió su camino. Cuando ya no podía verla, el invisible muro que me retenía desapareció. Y aunque corrí y corrí, ella ya no estaba. Nunca volvimos a saber de ella, y nadie la echó de menos realmente. Porque era como si nunca hubiera estado allí. Y a pesar de todo, ella dejó una huella en mi corazón imposible de borrar. No fue amor lo que sentí. No fue odio, tampoco. Ella ni siquiera me llegó a gustar. Sólo era terriblemente atrayente e interesante. Y cuando descubrí su secreto, éste me consumió por dentro.

Porque nunca sabré si realmente era la dama de la muerte, o simplemente estaba loca. Lo que si sé con toda seguridad es que jamás he logrado ver a una mujer más hermosa que ella.

Si es que… si es que era sólo una mujer.

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