sábado, 20 de octubre de 2012

Nunca más-Relato corto

Una vez más, bajó la cabeza y aceptó las cuchilladas que él le lanzaba. Simples palabras, unión de letras y caracteres que, día a día, le hacían daño. ¿Y qué más podía hacer, sino cargar con ello? Después de todo, todo lo que él le hiciera o dijera era su culpa. Su maldita culpa.

Era ella la que había estropeado el guiso esa mañana. Y la que había quemado sin querer su camisa el anterior. La que había dejado polvo en su sillón favorito, el sillón donde él sentaba su gordo culo y comenzaba a mandarle cosas. Una y otra vez. Y, cuando no era capaz de hacerlas, siempre lo mismo: una bofetada. Palabras hirientes. Dolorosas. Un presente cruel, y un futuro aterrador que se le venía encima.


¿Cómo fue que acabó metida dentro de todo esto? ¿Cómo fue que ella se resignó a pensar que no encontraría nada mejor? A día de hoy no lo sabe siquiera. No sabe por qué dejaba que él hiciera caer su mandato sobre ella. No sabe por qué dejaba que le hiciera daño. Y, sin embargo, desde que aquel otro hombre apareció en su vida, todo cambió para bien.


Helena le conoció una tarde en que había salido a hacer la compra mensual. Como siempre, sola. Su marido había decidido quedarse con el culo postrado en el sillón y una cerveza en la mano, viendo el fútbol. Ella suspiró y bajó las escaleras para dirigirse hacia el supermercado. Ni muy arreglada ni poco. Sin maquillaje en la cara que pudiera ocultar sus ojeras y sus labios que dibujaban sonrisas tristes como saludo a los vecinos. Entre un paso y otro, pasos que no se daba mucha cuenta de que daba, pasos automáticos de ida y vuelta a casa, llegó al supermercado y se dispuso a entrar con la mirada gacha. Fue entonces cuando sucedió. Helena chocó con aquel hombre castaño y alto y cayó al suelo. Se protegió la cabeza ante la espera de un golpe. Un golpe que no llegó. Abrió los ojos lentamente y vio a aquel hombre delante de ella, tendiéndole la mano.


-¿Está bien?


Helena asintió, cogió la mano de aquel hombre y se levantó, ayudada por un tirón que él le dio.


-Lo lamento, no la vi. Mi nombre es Ethan.


-Helena-respondió ella, a su vez, alzando la cara hacia él-. Y… puedes hablarme de tú. No soy tan vieja.


Ethan la miró. Vio su cara demacrada, su sonrisa triste que no llegaba a los ojos. Vio su mirada llena de un dolor apenas soportable. Y vio el moratón en la mejilla. Sin planearlo previamente, avanzó su mano y la puso en la mejilla de la mujer.


-¿Esto te lo he hecho yo en la caída o algo?-Ethan sabía que no. No tenía pinta de ser reciente.


-No… no te preocupes. Fue en casa. Un accidente-Helana sabía que no. Que no era un accidente. E Ethan también lo sabía.


-No te creo-le salió solo. Helena se alarmó-. ¿Cómo fue que te hiciste esto?


Ella suspiró y cerró los ojos, ordenando ideas. Deseaba decirlo, por sacárselo de adentro de una vez por todas. Y, a la vez, deseaba no decirlo. Temía las consecuencias.


-Mi… marido-dijo, al fin.


Ethan abrió los ojos considerablemente y se la llevó fuera del establecimiento. La guió hacia un parque, mientras ella iba detrás como una autómata, y la sentó en un banco.


-Soy simplemente un desconocido, pero puedes confiar en mí. Te lo prometo.


Helena apoyó el rostro en las manos, cansada. Y su relato de dolor y sufrimiento dio comienzo.



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-Helana…-Ethan la miró, suplicante-. Debes denunciar.


-¿Y si todo acaba mal? ¿Y si va a peor?


Ethan sonrió y le tomó las manos.


-Todo marchará bien. Ven, yo te acompañaré a comisaría. Terminará, ya lo verás.


Caminaron juntos hacia aquel lugar y, tras unos diez minutos de caminata, vislumbraron la comisaría. Avanzaron unos pasos y Helena, temerosa, entró, animada por Ethan. La recibió un chico joven, y ella, algo más decidida que antes, miró a Ethan y dijo:


-Vengo a poner una denuncia.


Y volvió a comenzar su relato. Un relato que, sin embargo, esta vez venía acompañado de punto y final.

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