domingo, 30 de septiembre de 2012

Brillar-Relato corto

El panorama en la calle no podía ser más triste. Nevaba y la gente pasaba por las calles con prisa, casi empujándose, para llegar a tiempo a sus hogares tras el fin de la jornada laboral.

En el mundo adulto todo eran prisas, y eso Estella no lo entendía. No entendía los males del mundo. No entendía las guerras, no entendía por qué la gente pasaba frío en las calles, no entendía las muertes, la maldad, la arrogancia, la hipocresía. No podía entenderlo, pues tan sólo tenía nueve años.

Sin darse cuenta, las lágrimas comenzaron a bañar su rostro, y se fueron helando a medida que resbalaban. Caminó sin saber adónde ir. Ella sólo quería reencontrar a sus padres. Que volvieran a la vida. Aún no se hacía a la idea de que estaban muertos, y de que la habían dejado sola. No entendía tampoco quiénes eran los que les habían arrebatado la vida, ni por qué.

Entonces, deseó ser como un sol. Un sol que, con su luz, guiara a toda la humanidad por el buen camino, porque sabía que se estaban perdiendo. Que se estaban destruyendo. Un sol que les diera a conocer que estaban errando, que no conseguirían ser felices mediante muertes y armas.

Una mujer la paró en medio de la calle, y ella dejó de caminar. La mujer, al verla con el rostro inundado en llanto, le preguntó:

-Pequeña, ¿por qué lloras?

Y Estella, a pesar de no conocer de nada a aquella mujer, se lo contó:

-Porque quiero brillar. Quiero brillar para dar luz a la oscuridad de los hombres…

La mujer, conmovida ante la confesión de una niña pequeña, sonrió, le acarició la cara y dijo:

-Pues salta. Ve hacia arriba. No podrás brillar si no alcanzas las estrellas, y no las alcanzarás si te quedas abajo, llorando y lamentándote. Salta y deja todo atrás. Sigue adelante. Sé que harás algo grande.

La niña sonrió ante las palabras de la mujer, y cada una siguió su camino.

Entonces, Estella tomó la determinación de que estar triste no le serviría de nada. No le serviría para traer de vuelta a su familia, ni para subsanar todos los errores de la humanidad. Llorar no le serviría de nada, sólo opacaría su luz.

Y, ante ese pensamiento, Estella sintió nacer dentro de sí un cándido resplandor.

Ese día, todo cambiaría.

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